V La invasión total
Hace muy poco (como 5 o 6 días) regresaba a mi casa muy cansada de trabajar, después de que Bogotá desatara uno de esos furiosos aguaceros, capaces de arrastrar carros y tumbar árboles, acontinuación de los cuales, queda el recuerdo en la forma de diminutas gotas de una lloviznita eterna y monótona.
Con sombrilla y maleta en mano atravesé la carrera 13 y cruzaba la esquina de la 45 hacia el occidente cuando sentí que una fuerza inexpicable hizo presa de mi sombrilla, impidiéndome avanzar. Me detuve, miré hacia arriba, y me dí cuenta que la punta del paraguas se había "engargolado" en un cable de luz curiosamente bajo.
La mirada furibunda del vendedor de perros calientes me reveló su procedencia e inmediatamente procedí a zafarme, antes de que me convirtiera en parte del menú de carne de desaparecido, con la que la gente de chapinero suele alimentarse, por módicas sumas que oscilan entre los 1500 y 3500, generalmente, según el ambulante y el estratégico lugar donde se encuentre "parqueado" (muy seguramente una esquina entre dos vías arterias).
La mirada furibunda del vendedor de perros calientes me reveló su procedencia e inmediatamente procedí a zafarme, antes de que me convirtiera en parte del menú de carne de desaparecido, con la que la gente de chapinero suele alimentarse, por módicas sumas que oscilan entre los 1500 y 3500, generalmente, según el ambulante y el estratégico lugar donde se encuentre "parqueado" (muy seguramente una esquina entre dos vías arterias).
Apretujada por el grueso flujo de peatones, que deben reducir a la mitad su espacio transitable, y con los vozarrones muy "persuasivos" del vendedor, me alejé, luego de soltarme del cable ya flojo, cuyo bombillo pendulaba sobre las cabezas de los caminantes, no sin antes hacer uso de mi buen vocabulario y recordable al "pendejo" ese que su local es en realidad un anden PÙBLICO por el cual él no paga un peso y que aparte de todo se roba la luz de los postes del alumbrado PÚBLICO, y que ni su inmenso parasol, ni su carrito enchulado, ni su peligrosa extensión, ni el bombillo de 100 watts, ni la pipa de gas propano deberían estar ahí ESTORBANDO.
Inmediatamente el gremio se arrevolveró y procedió con improperios al aire, porque yo ya iba como cuadra y media más abajo. Finaliza el incidente con algunas sonrisas cómplices de los peatones, testigos de lo ocurrido, y alguna cantaleta que interiorizé hasta que llegué a mi casa.
Pero no crean que yo sólo hago alusión a estos hechos cuando me tocan directamente a mi.
Creo que este es un problema muy semejante a la legalización de algunos alucinógenos. Mientras haya compradores siempre va a estar ahí impidiendo el paso, pululando en las esquinas, llenando las calles con desperdicios, robando o dañando los bienes y servicios públicos, etc.
Es así que siempre que esta actividad no esté formalizada, con todo lo que ello obliga y otorga, van a seguir tomándose los parques, andenes y jardines particulares con la viejisima excusa de que aqui no hay trabajo, y todos deberíamos entenderlo (soportarlo) y comprar.
Yo estoy absolutamente segura de que ninguno de estos personajes (ya ataviados con el ajuar completo y todos los implementos necesarios) está buscando empleo mientras cobra 200 pesos por una caja de chicles. Exactamente lo mismo (a veces mucho más) que cualquiera de los establecimientos y negocios plenamente constituidos, que pagan a sus empleados, tienen al día sus servicios e impuestos y cuidan sus fachadas, al tiempo que un cretino de estos muy orondo se aparca en todo el frente con toda comodidad y luego se larga dejando hecho una mi"···&/da el lugar.
Yo personalmente no puedo comer en un arrimadero de estos pensando que esas almohabanas deben llevar ahí como 5 horas de recoger polvo y humo, y quien sabe que otras porquerías. Y lo peor es que las amasa un individuo que tiene su propio sitio de trabajo hecho un verdadero amasijo de grasa, barro y servilletas. No me puedo explicar como a los clientes regulares de estos puestos no se les va el apetito con sólo pararse en la gran mancha de aceite quemado que rodea el cambuche.
Si legalizaran esta actividad como una actividad comercial regida por los estatutos de Cámara y Comercio, podría exigírseles que acaten y cumplan cierta normatividad que les exigiría bajo multa o cancelación de la licencia, el respeto y cuidado por el espacio público que emplean, y asímismo un tipo de retribución para su mantención (por mínima que esta fuere), y no estarían ahí simplemente estorbando y haciendo lo que les place, cobrando más caro que las tiendas por departamento y robándose la luz con peligrosas extensiones que se interponen en el camino de las niñas lindas como yo.

