Un cuarto de lora

Bienvenido el incorforme, el irritado, el confundido, el controvertido. Un sitio para el montón de ladrillos. Filial de AQC: Asociación Quejosa de Colombia...y quéjate con confianza.

Saturday, March 25, 2006

V La invasión total

Hace muy poco (como 5 o 6 días) regresaba a mi casa muy cansada de trabajar, después de que Bogotá desatara uno de esos furiosos aguaceros, capaces de arrastrar carros y tumbar árboles, acontinuación de los cuales, queda el recuerdo en la forma de diminutas gotas de una lloviznita eterna y monótona.
Con sombrilla y maleta en mano atravesé la carrera 13 y cruzaba la esquina de la 45 hacia el occidente cuando sentí que una fuerza inexpicable hizo presa de mi sombrilla, impidiéndome avanzar. Me detuve, miré hacia arriba, y me dí cuenta que la punta del paraguas se había "engargolado" en un cable de luz curiosamente bajo.
La mirada furibunda del vendedor de perros calientes me reveló su procedencia e inmediatamente procedí a zafarme, antes de que me convirtiera en parte del menú de carne de desaparecido, con la que la gente de chapinero suele alimentarse, por módicas sumas que oscilan entre los 1500 y 3500, generalmente, según el ambulante y el estratégico lugar donde se encuentre "parqueado" (muy seguramente una esquina entre dos vías arterias).
Apretujada por el grueso flujo de peatones, que deben reducir a la mitad su espacio transitable, y con los vozarrones muy "persuasivos" del vendedor, me alejé, luego de soltarme del cable ya flojo, cuyo bombillo pendulaba sobre las cabezas de los caminantes, no sin antes hacer uso de mi buen vocabulario y recordable al "pendejo" ese que su local es en realidad un anden PÙBLICO por el cual él no paga un peso y que aparte de todo se roba la luz de los postes del alumbrado PÚBLICO, y que ni su inmenso parasol, ni su carrito enchulado, ni su peligrosa extensión, ni el bombillo de 100 watts, ni la pipa de gas propano deberían estar ahí ESTORBANDO.
Inmediatamente el gremio se arrevolveró y procedió con improperios al aire, porque yo ya iba como cuadra y media más abajo. Finaliza el incidente con algunas sonrisas cómplices de los peatones, testigos de lo ocurrido, y alguna cantaleta que interiorizé hasta que llegué a mi casa.
Pero no crean que yo sólo hago alusión a estos hechos cuando me tocan directamente a mi.
Creo que este es un problema muy semejante a la legalización de algunos alucinógenos. Mientras haya compradores siempre va a estar ahí impidiendo el paso, pululando en las esquinas, llenando las calles con desperdicios, robando o dañando los bienes y servicios públicos, etc.
Es así que siempre que esta actividad no esté formalizada, con todo lo que ello obliga y otorga, van a seguir tomándose los parques, andenes y jardines particulares con la viejisima excusa de que aqui no hay trabajo, y todos deberíamos entenderlo (soportarlo) y comprar.
Yo estoy absolutamente segura de que ninguno de estos personajes (ya ataviados con el ajuar completo y todos los implementos necesarios) está buscando empleo mientras cobra 200 pesos por una caja de chicles. Exactamente lo mismo (a veces mucho más) que cualquiera de los establecimientos y negocios plenamente constituidos, que pagan a sus empleados, tienen al día sus servicios e impuestos y cuidan sus fachadas, al tiempo que un cretino de estos muy orondo se aparca en todo el frente con toda comodidad y luego se larga dejando hecho una mi"···&/da el lugar.
Yo personalmente no puedo comer en un arrimadero de estos pensando que esas almohabanas deben llevar ahí como 5 horas de recoger polvo y humo, y quien sabe que otras porquerías. Y lo peor es que las amasa un individuo que tiene su propio sitio de trabajo hecho un verdadero amasijo de grasa, barro y servilletas. No me puedo explicar como a los clientes regulares de estos puestos no se les va el apetito con sólo pararse en la gran mancha de aceite quemado que rodea el cambuche.
Si legalizaran esta actividad como una actividad comercial regida por los estatutos de Cámara y Comercio, podría exigírseles que acaten y cumplan cierta normatividad que les exigiría bajo multa o cancelación de la licencia, el respeto y cuidado por el espacio público que emplean, y asímismo un tipo de retribución para su mantención (por mínima que esta fuere), y no estarían ahí simplemente estorbando y haciendo lo que les place, cobrando más caro que las tiendas por departamento y robándose la luz con peligrosas extensiones que se interponen en el camino de las niñas lindas como yo.

Wednesday, March 15, 2006

Thaumaturgy!!!

Christian Borgia y Adrian Güell: Soy un Tremere!!!!

Take the quiz:
Which Vampire Clan Do You Belng To?

Tremere
You are dreaded, mistrusted, feared and reviled! Clan quote:''We are more than vampires. We are the next step in Cainite evolution. We will direct the others if they allow us to do so, or we will stand alone if we must. But we will survive'

Tuesday, March 14, 2006

La ira colectiva II

Considero que ningún citadino que se respete (que haya caminado estas calles atestadas de parroquianos, esquivado carros, motos, triciclos etc., abordado el transporte público en horas pico y hecho fila frente a cualquier entidad pública o privada, entre muchas otras "actividades" regulares y comunes en estas multitudinarias concentraciones de bloques y gente) ha escapado a ciertos abscesos de irritación cuando los parámetros de la estrecha convivencia se rompen (o se juntan) hasta hacerlos intolerables.
Yo por ejemplo soy víctima de lo que el Wabi Sabi denomina "el aqui y el ahora", que tiene su aplicación en artes marciales, y se refiere al instante y espacio inmediatos controlables por el individuo. Es decir que me molesta de forma incontenible la invasión y las interrupciones que afecten mi valiosísimo tiempo o que obstaculizen mis recorridos, y por lo tanto tiendo a defenderlos sin miramientos.
Y así entonces hay quienes tienen otros tipos de fijaciones y aprehensiones que en areas tan limitadas y públicas resultan difíciles de controlar, y por ello se ven enfrentadas diariamente.
El conflicto tiende a dirimirse con alguna mala palabra, pensada o murmurada, un rostro de desaprobación o una seña soez. Manifestaciones reprimidas para hacer tolerable lo intolerable.
Lo que en realidad causa preocupación y asombro es que esas manifestaciones se están tornando cada vez más obvias y agresivas, con el correspondiente alienamiento defensivo que expande el "aqui y el ahora" a límites hermitaños e inflexibles. Ya no es cuestión de diferencias sociales, como se advirtió anteriormente, o culturales o de comportamientos individuales, sino enfrentamientos de libertades que se entrecruzan en espacios reducidos y compartidos. Los consecuentes roces e interaciones que resultarían de la convivencia urbana tienden a restringirse a meros incidentes que se salen de la informalidad y por lo tanto son reprimidos aunque sean accidentales, y por lo tanto, las reacciones se hacen más notorias y naturales.
Reconozco que vivo quejándome del estado deplorable y letárgico de la pradera que los universitarios han hecho de Chapinero y que me perturba la irremediable restregadera de los buses de servicio público, y que me espantó, con palpitaciones y todo, cuando alguien osa preguntarme la hora. Pero sé que no soy la única, y la paranoia abunda de noche y de día, junto con los artefactos que antes entretenían y ahora son una excusa infalible para el aislamiento.
Me parece, entonces, que las enfermedades sociales ahora tan de moda reafirman esos síntomas de la ira colectiva donde todos tienen el derecho a defender su propio territorio, algo que no me parece del todo ilógico dada la reducción del espacio vital (y el precio del metro cuadrado) y las mínimas exigencias standarizadas (o mejor aceptadas) para "pelear" por la individualidad.

Wednesday, March 01, 2006

La ira colectiva

Hace poco mientras recorríamos en carro un barrio del centro de Bogotá, vimos, mis papás y yo, un mendigo que se acercaba tambaleante por la calle. Sin más ni más el tipo se arrimó a un anden, se bajó los harapos que tenía por pantalones y comenzó a mearse sin agüero. El hecho nos indignó especialmente por la falta de pudor del individuo (pues este tipo de sujetos pareciera infringir la ley por mero gusto) quien después de exhibirse indiscriminadamente y terminar de orinarse, se acomodo como pudo sus trapos mientras se aproximaba arrastrando una vara metálica en señal amenazante. Mi papá por supuesto aceleró para sobrepasarlo, evitando cualquier contacto visual, pero yo histérica por la repugnante actitud no dudé en vocalizarle "asqueroso" al hombre que me miraba fijamente desde fuera.
Como un camión se interpuso en la vía, paramos en la esquina y al voltear a mirar, advertimos que el sujeto dudaba en devolverse muy seguramente para cobrarse el insulto, pero en lugar de ello la emprendió contra un indefenso arbol. Al final lanzó la vara con furia profiriendo insultos y demás.
Los comentarios de mis papás no se hicieron esperar. Frases de indignación e ira que ya había oido en boca de otros muchos, victimas o testigos de algún incidente similar. "Habría que exterminarlos", "tienen la ciudad hecha un caos" "no respetan nada" " son parásitos inmundos" y cosas muy por el estilo que después de analizarlos, se me ocurren síntomas de una afección colectiva que trasciende la problemática de la mendicidad urbana*.
Si bien es cierto que el temor y la incompresión (ya no digamos sus raices y consecuencias) por quienes viven las penosas circunstancias de la miseria humana, se han hecho tan comunes en todo el país, y por lo mismo tan tolerables y normales (aun hoy tácitamente las políticas colombianas figuran límites más extremos) que somos capaces de convivir con ellas diariamente como un componente "natural" en el paisaje, también es verdad que nos estamos acostumbrando a ese conflicto permanente cuyas secuelas fracturan individualmente.
Nos hemos convertido en dos naciones que comparten un mismo espacio pero que se repelen mutuamente y que sólo gracias a una moral autoestablecida se toleran bajo la débil bandera de la compasión y el paternalismo. Dos tipos de convivencia que se juntan pero no se untan, porque ante ello estallaría sin remedio el conflicto que aumenta el desprecio.
Pareciera que mientras los ignoremos todo estaría bien, pero, quizas, ellos se esfuerzan por ser vistos a través de la protesta vandálica, mientras somos cada vez más ciegos.
Sinceramente no creo que le mercado de parroquia sirva para resolver el problema o que los demás actos de caridad dejen de ser sólo paliativos para sanar conciencias. Tampoco creo que los mecanismos propuestos por la "ley competente" sean los más efectivos. Y sinceramente me niego a adoptar la actitud sumisa y condecendiente de los más temerosos y reservados. Habría que buscar alternativas en partes más involucradas y comprometidas recurriendo a los lugares-comunes de la identidad ciudadana, dejar de pensar que aqui no se le puede exigir nada a nadie y negarse a aceptar la "decoración" y las manifestaciones nocivas de estos personajes, que creen que se merecen toda disculpa sólo por el hecho de su pobreza, para establecer conciencia de lo que significa ese rechazo.
Reconozco que el ataque verbal no es el comportamiento ideal de cualquier ciudadano, pero también encuentro en ello la reacción de la inconformidad y la impotencia (sin tanta hipocresía).
Habrá realmente que esperar la visión apocalíptica de la ciudad dividida por el muro? Hasta donde nos llevará la ceguera que prolonga la división "imaginaria"?
* Espere la segunda entrega porque hoy me excedí en lora.