Un cuarto de lora

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Sunday, September 24, 2006

Dog = God


Hace unos días mi novio, Juan Silvestre (el mejor amigo) y yo asitimos a Experimenta 2006, una muestra de arte visual experimental difundida y presentada en el MAMBo. Como llegamos justo para presenciar el corto de cierre, no me puedo referir al evento salvo por esa pieza, algo tosca para mi gusto (un tipo con casco de moto martillaba un panorámico de carro conectado, de alguna forma, a unos micrófonos que reproducían los dramáticos sonidos del crital rompiéndose) pues si bien tenía alguna intención producto de la musicalización del montaje, visualmente pareció insípido y escaso por el objetivo del festival, es decir que habría dado para un performance pero nada más.
Minutos más tarde fuimos invitados al coctel que ofrecían en la galería y fue allí donde pude apreciar, para mi gusto, una de las mejores muestras de fotografía urbana que haya visto en algún tiempo.
Titulada "Dog = god" y realizada por el taller 7 en ciudades del país y del exterior, se trataba de un registro fotográfico de calles intervenidas por dibujos de perros cuya ejecución sugería una especie de mimetismo, como si se tratase de un ornamento más, que objetivizaba la presencia del canchoso, pero que además evocaba una especie de estética callejera familiar en todos los escenarios.
Casi reconfortante resultó la aproximación al par de murales repletos de imágenes de perros, cuya representación era a veces incidental, a veces alegórica, a veces irónica, con respecto al espacio, pero que siempre mantenía esa especie de patrón camuflado que cohesionaba toda la muestra, y a su vez hablaba del espíritu del habitante de la calle, que hace de una esquina su propia piel y de un recorrido, el mapa de un hogar sin muros. Como si de ese camuflaje dependiera la supervivencia misma.
Y no es que ahora haya obtado por la búsqueda del esteticismo tras la "porno-miseria" o por el poema callejero de la "Oda al Bolardo" justo cuando todo pareciera tender a la evocación pintoresca de la pobreza urbana como algo culturalmente dado y apreciable (lo que más bien habla de la hipervaloración de los rezagos de pueblo que aún se guardan en segmentos descuidados o ignorados de la capital) como si fueramos extranjeros en nuestra misma casa (¿o será más bien una forma de externalizar, de alienar, una parte de esta ciudad para acceder a acercamientos más neutrales, pero menos humanos, con la pretención de hacerlos arte, por su color y no por su intención?, porque, de todas formas ¿habrá intención?).
De todas maneras la muestra de Taller 7 me encantó, no sólo por su forma, sino porque es coherente y clara en su representación, bajo un actor que daba para el objetivo. Alejándose de los exoticismos gratuitos de los malos cuenteros, o de algunos trabajos de Popular de Lujo, que en ocaciones vale el arte por "arte", es decir, del objeto sin compromisos que se muestra sin motivos, sólo por un cualidad curiosa, peculiar o estrafalaria, sin que por ello pretenda dejar en el espectador alguna reacción, interpretación o insinuación. Y por supuesto, pareciera que los lugares-comunes ya no son tan cercanos por esa mediatización que procura elevarlos (reducirlos?) a un nivel de arte extravagante, emotivo pero enajenado, como cuando uno va a un zoológico y ve al gorila sacarse los mocos y, entonces, es algo tan familiar pero tan lejano, que ya únicamente es identificable.