Salgan de mi propiedad!!!....

El pasado 3 de noviembre mi hermana Juliana fué victima de un encuentro cercano tipo criminal, con un especimen que yo consideraba inexistente en Bogotá: El violento vecino receloso con ínfulas de granjero gringo.

Esa mañana Juliana se levantó temprano y salió con Agatha a uno de los pocos retazos verdes de Chapinero, que los habitantes de la zona llaman con ingenuidad "parquecito". Como las cifras de envenenamiento de caninos han aumentado significamente en el lugar, incluido el pobre perro del celador, mi hermana optó por recorrer una de las calles aledañas a él con la esperanza de que Agatha hiciera su "gracia" pronto y volver a casa.

Armada con correa y bolsa, como lo demandan las leyes heredadas de la administración Mockus, Juliana se detuvo frente a un edificio cuando sintió que la perrita se negaba a avanzar y adoptaba la singular pose de los perros cuando van a excretar. Pacientemente aguardó a que acabara y se dispuso a recoger la plasta al momento que un individuo salía del garaje de aquel edificio montado en un carro blanco. Sin más ni más el sujeto procedió a gritar todo tipo de improperios y amenazas pese a que mi hermana ya cargaba con la bolsa anudada llena de excrementos.

Si bien ella no es particularmente conocida por su prudencia y reserva a la hora de refutar imprecaciones, y creo que nadie en el momento estaría dispuesto a soportar un tratamiento tan hostil de parte de un desconocido, le contestó al tipejo con tonos exaltados y, asímismismo, señalando el atado con popó, que se ocupara de sus asuntos y dejara de bramar por tan nimia circunstancia.

Encolerizado el hombre se aproximó y no sólo amplió las connotaciones de su cantaleta sino que le propinó a la pobre perrita un patandón que la mandó lejos y adolorida, y a mi hermana un bofetón, como respuesta a las muy posiblemente histéricas demandas de ella, dejándola callada por unos instantes.

Al sentirse atacada, y perturbada por las pocas iniciativas de transeuntes y vecinos que se limitaban a observar el espectáculo y emitir exclamaciones esporádicas, a Juliana no se le ocurrió otra estrategia para efectuar el contrataque que dispararle la bolsada de caca al agresor, que al estar tan bien empacada, no ocasionó más efecto que un leve golpecito al pecho del sujeto. Con lo que no contaba ella era con que el grosero ese, no contento con todo su desborde de salvajismo, iba a usar su propio proyectil para restregárselo en la cara con toda la sevicia iracunda de su amargado ser.

Derrotada y abatida mi hermana volvió a casa, embadurnada hasta el orgullo con los excrementos de Agatha que cojeaba con los ojos aguados (para quienes dicen que los perros no sienten), desconsolada el mismo día de su cumpleaños, por un desgraciado ahora sospechoso de envenenar animales. Un ogro miserable, resentido y agrio que desconoce los significados de la convivencia y el respeto, y que se cree muy correcto al atacar a una joven con su perro con la simple y cuestionable excusa de defender "su propiedad".